Lucha desigual (Sección "Lluvia de piedras")





Necesitaba luz de Luna para encender la hoguera. Se helaba, sometido al viento gélido. No encontraba piedras, leña, pequeñas ramas… Ya temía complicarse a la hora de tener que hurgar en su mochila para buscar fósforos: sabía que su vida dependía de conseguir encender el fuego. Había encontrado un claro en el monte donde se proyectaba la luz nocturna natural. Pero, ahora, su mayor enemigo era él mismo y, sobre todo, su propia sombra: parecía que nunca acabaría con ella.

El enfrentamiento era muy antiguo, ya le parecía que fuera desde el principio de los tiempos. Hubo un momento álgido, hace muy poco, cuando llegó a encerrarse solo con ella durante unos días. Parecía todo controlado, la tenía absolutamente apaciguada. Pero se le hizo insoportable y abandonó; entonces ella emergió fortalecida.

Leyó que “con la luz de las llamas, las sombras se difuminan sobre los vegetales del monte”. No perdía nada por intentarlo, y allí estaba. Si aquello no resultaba, su siguiente acción sería extrema: se quitaría sus gruesas gafotas y sacaría los ojos de las cuencas. Las sombras y los ciegos tienen un antiguo pacto sempiterno.


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