De buena mañana un mal día. Relatos crudos 7

Imagen extraída de lacuarta.com

Una mañana al despertar, sirenas, un día así, sin avisar, por antojo del tiempo, por el transcurso de tratados, del odio, de la mala fe, del hambre del hombre, ataque sobre la población.

Mirar al cielo y caer en picado, sin preguntar edad, ni credo, ni ideal, sin importar tu grado de bondad, sin saber tu punto de maldad, porque sí, por tratados, por rencillas, por este o por aquel, porque estaba por pasar, por Dios, por Ala, hasta los mismísimos de la humanidad, y como en racimos proyectiles inyectados de veneno.

Imagínate una mañana cuando tus niños salgan a aprender, a descubrir el mundo, a jugar, imagínate que por ser nada más, desde el aire les preparan las cajitas de pino, que salgas a trabajar, a descubrir el mundo, a amar, imagínate estar condenado simplemente por ser, sin importar nada más.

Sentirás al contemplar el cielo lleno de aviones, el temor propio de ser un pequeño mamífero depredado por gigantescas aves de metal, después la presión en el pecho, los espasmos musculares, las convulsiones, la obstrucción de las vías respiratorias, después la ceguera y por último entrar en parálisis hasta el coma cerebral.

Que importan los tratados, los tarados, las razas, las religiones, las razones o el peso del  mundo, existen bestias que mandan aves gigantes de metal, que salen a jugar en el recreo del mundo, con nuestros hijos, con nuestro amor, con nuestras vidas, Siria amanece con 83 muertos, 20 de ellos niños, pero a estos animales de la guerra no les importa tu edad, ni tu razón, ni tus sueños, ni tu vida.
Un minuto de silencio tras otro y tras otro, y después de este otro, que el mundo se quede en silencio al menos por un solo minuto, que ya no podemos morirnos más.


Adolfo Ibáñez-Batista

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