Extensivo (Sección: "Lluvia de piedras")
El bisabuelo dedico una cuarta parte de las
tierras a lo que llamó una cosecha extensiva. Allí plantó, valló y cerró las
huertas sin permitir a nadie que entrara, siquiera a fumigar, hasta que se
abriera su testamento. Los abuelos, cuando abrieron el documento ante notario,
vieron que aquel pedazo quedaba en herencia para los biznietos del fallecido, y
seguía prohibido el acceso hasta que estos fueran todos mayores de edad. Para
entonces, los biznietos eran ocho, y alguno ya tenía hijos creciditos. La sorpresa
de todos fue que, antes de poder acceder al terreno vetado tenían que valorar
ciertos documentos.
Estos empezaban por mostrar los valores
nutricionales del tamarindo. Después los usos medicinales que se le podía dar
al fruto y, por último, varios proyectos serios de cómo se podía transformar
para consumo y hasta para hacerlo de forma industrial; desde un punto de vista
tan antiguo como la época del viejo.
Algunos quedaron entusiasmados, otros no tanto.
Los ocho juntos, como marcaba el testamento, accedieron a la finca: y cuál no
fue su sorpresa al comprobar que estaba toda llena de malas hierbas. Excepto en
la zona central, donde un majestuoso Tamarindo lucía lleno de frutos.
Discutieron entre ellos hasta acordar dejar allí el árbol y repartir el terreno
en ocho: era suficiente para fabricar ocho casas con periferias verdes amplias
o vender parcelas.
Pero, dos de ellos, con tierras colindantes, copiaron
el testamento de su bisabuelo y llenaron sus pedazos de tamarindos. Los
atendieron hasta que, ya muy mayores, cerraron a cal y canto sus respectivas propiedades.
Entonces, se despidieron con un fuerte apretón de manos y la mirada limpia,
victoriosa y satisfecha por pensar que dejaban la mejor herencia a sus
biznietos.
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