CLEO (4ª pieza: Tiempos heroicos)



Episodio 7: Una casa con piscina y jardín

Siempre soñó con tener una casa amplia, con piscina y jardín. Su ex decidió que se quedara ella con la vivienda, hasta que repartieran propiedades, y allí seguía soñando y viviendo de la paga acordada con su exmarido.
Con casi 50 años, Cleopatra se había operado los pechos y ahora disfrutaba del diseño perfecto de su cirujano plástico. En realidad, solo se había operado los pechos y no tenía intención de operarse nada más de momento; pero, como cogió confianza con el cirujano, para ella era «su cirujano plástico». Hablaba abiertamente de esa operación, de hecho, hablaba mucho de ello si no demasiado.
Por la casa iba muy poca gente. Apenas tenía visitas, pero la más frecuente era la de su amiga de infancia, Laura, que la entendía mejor que nadie. A veces llevaba a su hijo, Beni, que se había convertido en un universitario serio y atractivo. A Cleo le encantaba, a pesar de que el chico se centraba en sus libros y les hacía el caso justo para no ser maleducado. Tal vez, el joven experimentaba cierto rechazo por las bromas de Cloe sobre su supuesto atractivo.
En una de esas visitas, cuando estaban las dos en toples tomando el sol y Beni a la sombra con cuaderno y libro, Laura recibió una llamada de su familia y no dudó en escusarse, recoger e irse. El pacto fue que Beni se quedara y, aunque al principio quiso acompañar a la madre, al final cedió a los deseos de ésta que le rogaba que no se desconcentrara. A Cleo, la idea de pasar los dos la noche solos le provocó unos ardores inconfesables que supo disimular bien sin dejar de prestarse para «cualquier cosa» con Laura. Ella se fue tranquila, dejando al joven con su amiga, y salió con el coche a las cuatro y media de la tarde, con la promesa de volver mañana a recoger a Beni.
Cleopatra se volvió a tumbar, sin dudar se quitó de nuevo la parte de arriba del biquini, y volvió a darse bronceador lentamente. Ya estaba pensando en pedir ayuda al chico con la crema, cuando sonó el timbre de la puerta. Cleo se levantó y abrió de malagana. Era el jardinero, había pasado por alto que los viernes por la tarde pasaba para atender el pequeño jardín que lindaba con la piscina. Lo hizo pasar y le pidió que fuese breve, que tenía visitas, y el rudo hombretón asintió. Nunca lo había hecho, pero ese día, una vez acomodada de nuevo, se quitó la parte de arriba de nuevo, aunque el jardinero estuviese a la vista. Sin duda, las continuas miradas furtivas del trabajador demostraban que la consideraba atractiva. No paró de posar para él: embadurnaba todo el tiempo sus pechos y sus piernas de crema; se giraba, mostrando el trasero que resaltaba la atrevida braguita del bañador; y hasta movió la hamaca, para que la visión desde allí penetrase entre sus piernas, ahora más abiertas que nunca. El estudiante seguía centrado en lo suyo y no prestó atención al otro hasta que el jardinero, con la peor escusa, se acercó a preguntarle a la dueña si podía abrir el agua para regar. Entonces, el chico no le quitó la vista de encima hasta que regresó a su lugar de trabajo con un «claro», sin mayor explicación, de Cleopatra. La mujer se sonrió al ver que la volvía a mirar desde la distancia; mientras ella mantenía la dureza de los pezones viendo, a través de sus gafas oscuras, como el jardinero se tenía que acomodar el paquete de su entrepierna continuamente.
Por fin acabó el trabajo, un poco más tarde de lo habitual. Así que la dueña se tapó apenas con un pareo y lo acompañó a la puerta, donde se despidieron hasta la próxima semana y ella regresó a la piscina. Ya eran algo más de las seis, así que le dijo a Beni que se iba a duchar y después preparaba algo para cenar. El estudiante se dio por enterado y siguió con lo suyo: llevaba un rato apurado, escribiendo en los márgenes, porque se le agotaba la libreta. Ella recogió las cosas en una cereta y fue a la ducha de la piscina. Con las gafas puestas, se quitó también la parte de abajo, se metió debajo de la ducha y enjabonó bien todo su cuerpo. Se entretuvo mucho más que en quitarse de encima el jabón, sin conseguir una mirada evidente de Beni, hasta que una especie de vergüenza la hizo acordarse de su amiga. Entonces se secó, se envolvió en el transparente pareo y, sin acercarse, le dijo a Beni: «No tardes, cariño, si quieres ducharte o cenar algo». «Okey» contestó el joven.
Preparó unas crepes saladas y una sola dulce, con intención de compartir, mientras el chico se duchaba. Andaba por la casa con una bata de seda roja que se entreabría, pero no llegaba a mostrar que no había ropa debajo; a no ser que se tratara de un observador muy atento, y Beni no lo parecía entonces. Al final, cansada de no obtener resultados sobre la libido del joven, se despidió con un «Buenas noches, hasta mañana» y él contestó «Buenas noches, que descanse».
Se retiró a su habitación, puso la televisión de la pared con el volumen muy bajito, apagó la luz del techo, se quitó la bata, destapó la cama y se extendió en ella, para estirar la mano hasta la gaveta de la mesilla de noche, que estaba llena de pilas sueltas entre otras cosas, y tomar aquel adorado consolador que tenía nombre propio. Esa noche le cambiaría el nombre, para olvidar sus terrores y quedar dormida en aquella cama tan grande.


Episodio 8: Más

Empujé su puerta y cedió fácilmente. La televisión estaba encendida y no había ninguna otra luz en la habitación, pero ella era como una estrella que emanaba su propia luz.
Se revolvía boca a arriba en la cama sin parar: era preciosa. No me importó que tuviera 30 años más que yo, hay momentos en que todos somos iguales. Nunca sentí tanta atracción. Cuando me vio, tras una pausa de una milésima de segundo, y continuó con más fuerza si cabe mientras anclaba la mirada en mis ojos, casi enloquecí. Me acerqué, la besé todo lo que quise y morí de placer dentro y fuera de ella tantas veces como el cuerpo me permitió, antes de caer rendido una y otra vez.
Hoy llevamos dos días encerrados aquí. Ayer llamó a mi madre y le dijo que me había ido pero que no se preocupara: mañana tengo que asistir a clase. No ha parado de contarme fantásticas historias y he decidido tomar papel y lápiz e intentar escribirlas para recordarlo todo. En esta casa no hay escritorio ni nada que se le parezca; aunque, en realidad, solo consigo intimidad para escribir en el cuarto de baño y por eso utilizo el papel higiénico.
En breve volveremos a estar juntos. Dormía cuando la dejé, pero no me extrañaría encontrarla esperándome o que se despierte desde que llegue a la cama. Solo sé que volveremos a soñar uno con otro; y, posiblemente, me cuente alguna que otra historia suya y vuelva a provocarme locamente: estoy preparado para ello. Ojalá no me canse nunca de escribir más y más sobre Cleo.


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