La mancha roja de la cumbre (Sección "Lluvia de piedras")
El mencey adoptó a una joven
huérfana a la que no permitía que se le acercase mujer alguna. Pelinor pretendía
protegerla de cualquier riesgo. Sin duda, intuyó la hermosura que la joven
traería consigo y que cada vez se hacía más patente.
Gariregua era un joven pastor de
Chinet que descubrió la belleza de Amarka antes de que mencey alguno exaltara
su lindeza. La chica no se defendía de los celos del resto de las mujeres: se
mantenía distante y daba la razón a aquellas envidias mostrando su belleza con
andares felinos que parecían ensayados. Además, su inmenso atractivo era
coronado por una cara dulce, marcada con finos grabados tribales que
deslumbraban al mismísimo Magec.
Cuando maduró lo justo, tuvo el
reconocimiento de su jefe tribal y eso recorrió toda la Isla. Atrajo a
destacados guerreros, ganadores de juegos beñesmales y posibles herederos de tierras
o grandes rebaños de otros menceyatos. Así la odiaron aún más todas las mujeres
y se fue ganando fama de repelente. Fama que le daban también los jóvenes rechazados
y aquellos entornos que los adoraban. Durante todo ese tiempo, el cabrero
seguía insistiendo. Por eso, al final, el amor de Gariregua fue muy conocido y
producía duras burlas.
Él la soñaba de una forma distinta
a la que mostraba aquella apariencia altiva, y cada vez que lo despreciaba más
enamorado se sentía de ella. Siempre se creyó capacitado para sacar lo mejor de
la chica.
La última vez que Amarka rechazó al
cabrero, éste no pudo con tanto dolor y -bañado en lágrimas- se despeñó para
entregar su vida a la Madre Tierra. Él no pretendía hacerle daño a nadie; pero,
cuando se conoció su muerte se alzaron voces contra la chica para destacar sus
defectos y acusarla del terrible final de Gariregua. Al final, consiguieron
echarla de su menceyato natal y aquello empezó a matarla lentamente. Al poco,
la joven Amarka comenzó a sangrar desde dentro y a sentirse débil.
Al tercer día de que empezara a
irse en sangre, un terrible dolor, la presión externa y la pena que le producía
el recuerdo de la bondad del cabrero, la quemaban internamente. Solo encontró
escapatoria desriscándose desde el mismo lugar que Gariregua.
Aún se dice que en la parte alta
del Risco de las Pencas hay una mancha de sangre imborrable, resultante de la
mezcla de las lágrimas de Gariregua y la sangre de Amarka: y desde algún lugar
de la parte baja, se ve -allí en lo alto- la figura de una persona sentada en
el borde con las manos en la cabeza.
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