Consejos (Sección "Lluvia de piedras")




La disciplina militar era cosa seria. Siempre le habían dicho que tuviera cuidado, y al final había metido la pata. Su error había herido a mucha gente y podía haber matado a alguien. Eso le costaría cárcel, seguro. Huir, lejos de darle tranquilidad, lo había ahogado de ansiedad y en ese estado llegó hasta el borde de aquellos acantilados. No valía la pena vivir.
Atormentado, no reparó en aquel viejo uniformado, con apariencia de tener edad de jubilado, que estaba sentado a su izquierda. Hasta que él lo miró, sonriendo como si supiera qué pasaba por su cabeza, y le dijo:
«Las malas experiencias son para mejorar, nunca las utilices contra ti. El pasado no se puede cambiar. Alégrate de que cada cosa negativa te valga para descartar la gente mala que te rodea y volver a apreciar a la gente buena que tienes en tu vida: unos y otros van a estar siempre ahí. De cada susto, de cada herida, vas a salir más fortalecido y más experto. En realidad, tu vida solo la condicionas tú». Lo miró fijamente por un instante, y solo dijo «gracias» antes de abandonar el lugar.
Se entregó y, en efecto, tras el Consejo de Guerra pertinente, lo condenaron a cadena perpetua e ingresó inmediatamente en prisión. Ya en cautiverio fue a la hemeroteca, para ver cómo se interpretó en la prensa lo ocurrido. Sin querer, encontró aquella noticia: un anciano militar retirado se había despeñado por el precipicio que bien conocía, el mismo día que él había estado allí.


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