Se fue para siempre Margarita Xirgu (Sección "Lluvia de piedras")
Foto reciente de la
estatua en bronce de Margarita Xirgu (Teatro romano de Mérida)
Una especie de dolor de cabeza justificó
que su mano izquierda sostuviera la frente. No entendía que hacía allí subida, esa
especie de pedestal de casi medio metro de altura.
Margarita Xirgu volvía a estar compuesta
como el personaje de Medea que tan bien conocía: pero ahora estaba sola, al
aire libre, a media noche, en un lugar tenebroso. Bajó costosamente y con solo
andar unos pasos comprobó que era la trasera de un teatro romano. Pero aquel
escenario era real, aunque en mal estado de conservación.
Se avergonzó de ir vestida con esa fina
túnica que utilizaba solo en las actuaciones e imaginó que no sabría explicarlo
si la veía alguien. Ella, que había sido una mujer orgullosa, defensora del
feminismo, de la República…; que recordaba haber vivido y muerto fuera de su
país, en el exilio, pensó que la única salida era subirse de nuevo al pedestal
y posar horrorizada, ante la tremenda aberración que suponía situar su homenaje
en un escenario real de la antigua cultura romana.
Maldijo a quién hubiera tenido aquella
idea y se quedó yerta como una piedra, dispuesta a broncearse de nuevo, huyendo
de todo aquel espanto y del ridículo que suponía tanta incultura en las instituciones
de la nueva Mérida; por haberla situado en un espacio reservado a una cultura
milenaria que no decía nada de su lucha político-social.
Al despertar, primero, me dije que
cancelaría la visita que tenía prevista al Teatro Romano. Pero después,
pensándolo mejor, pagué la entrada y fui directamente a la estatua de
Margarita. Allí dejé el frondoso ramo de flores que llevaba con el tique de
acceso al Teatro Romano, como para castigar a los gestores emeritenses. Solo al
salir, me di cuenta de que, con aquella acción, nunca jamás Margarita volvería
a bajar de aquel pedestal; y yo, sin querer, me había convertido en cómplice del
asesinato de la figura real de Margarita Xirgu.
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