La maldita imagen (Sección "Lluvia de piedras")



-          - Déjalo, ¡no puedo! – Expresó con auténtica rabia. Recordó que no se había recortado los pelos de la nariz y se sintió incómodo.
-         - Pues tu verás… - Le dijo ella.

Él pensó en su mujer y los niños. Sus dos pequeños de siete y diez años: el niño, el mayor, que siempre lo veía como a un héroe; la niña, que lo cuidaba, imitando los gestos de la madre. Fue ella la que le dijo que tenía que cortarse los pelos de la nariz y las orejas, pero el aviso fue olvidado hasta aquel preciso momento. Allí estaba ahora, con la mano izquierda, sucia, ocultando apenas la punta de la nariz, pero con la derecha aún en el cuello.

-         - Lo siento, no puedo.
-          -Ya, ya lo veo. – Confirmó su cuñada, resignada.

En el camino a casa intentaba aclarar sus ideas, esperanzado de que no se apreciaran los pelos de la nariz o las orejas en la oscuridad de la noche. Imaginaba que su esposa e hijos ya lo esperaban y no sabía cómo lo iban a recibir.


Se abrió la puerta de la casa y se abrazaron las dos mujeres. El chico se abrazó al padre y balbuceó contento, “dice mamá que le salvaste la vida al pavo de la tía, y que por eso hoy va a cenar con nosotros”. La niña, tirando de su mano izquierda, dijo: “tienes que afeitarte para la comida de hoy, papá”. Si alguien esperaba más en algún momento de aquel día, desde luego, no era él.

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