Agua para compartir (Sección "Lluvia de piedras")
La
lluvia le acariciaba la cara, con cariño, y se filtraba para bajar atrevida por
su cuello. Daba celos del agua que la besaba, que corría presurosa y furtiva
con ansias de entrometerse en su intimidad. No fue suficiente presionar la
ropa, la notó bajar hasta el ombligo y por la espalda, para mojar, fría, todo su
ser. Sin que dijera nada, de alguna forma lo expresó suficientemente para que el
atento observador la imaginara y siguiera soñándola.
Hubiéramos
querido secarnos, pero la lluvia incesante nos borró la idea, hasta aceptarla y
abrazarla, al tiempo que nos estrujábamos uno contra otro.
La vi sonriente,
como si supiera lo que pensaba. Entonces verbalicé interiormente que era un
placer bañarnos juntos en cualquier situación. Desde entonces, en casa ya no entran
paraguas ni para invitados; hemos quitado la paragüera y ya no me llevo los ajenos,
por muy bonitos que parezcan.
La lluvia está para disfrutarla, aunque sea, para el que sepa hacerlo y de distintas formas.
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