T.V.

Echo de menos la carta de ajuste. Supongo que nadie menor de 20 años la recordará, aquel arcoíris con el pitido de fondo, cien mil abejas copulando en el interior de mi pabellón auditivo utilizando el tímpano a modo de colchón sucio de semen, de mierda, de la porquería que escupen al mundo los imbéciles borrachos de ignorancia soberbia vomitando parrafadas de mediocridad al exterior, a las almas, a las mentes, a las orejas de cuantos les rodean… ignorantes sobrevalorados a golpe de pantalla encumbrándoles hacia las más altas capas de la miseria, porque en este país parece haber un agujero de gusano a cada metro cuadrado mediante el cual cuanto más baja, putrefacta, vergonzosa es la caída a través suyo, tanto más alto llegas… mi oído se marchita igual que una acacia incrustada en el fondo de un cubo de agua marina y son los ignorantes quienes gobiernan la nación, los ejemplos a seguir, los que violan mi sosiego con las palabras que debían habérseles atragantado en medio de su asquerosa garganta hasta provocar su dulce muerte por asfixia de tantísima mierda que encierra cada una de sus sílabas incultas… Echo de menos la carta de ajuste, el do-re-mi-fa-sol de sus colores anestésicos, porque al menos con ellas terminaba tantísima patraña audiovisual.
Salgo reventado de un empleo que detesto, el cual conservo únicamente para llenar mi nevera, pagar una casa diminuta para mi, ella, ellos –tres críos paridos a la fuerza, porque hasta donde yo se nadie les preguntó si querían participar en esta farsa-,cansado igual que un perro persiguiendo moscas que siempre escaparán de su hocico frustrado y lo único que deseo es enfrentar mi culo contra el del sofá, si hay suerte catar el de la parienta antes de que los críos regresen de casa de mi suegra –cada martes meriendan con ella y yo le rezo a mi Amigo Invisible, puede que hasta imaginario, porque no coincida con la regla de mi señora-, desespero por llegar a casa, echar un polvo casi furtivo, acurrucarme en su hombro mientras acaricia mi pelo menguante, tomar una lata que metí desde anoche en el frigorífico, abrirla, sentir como la espuma cubre mis entrededos el mar acariciando el pelo de una sirena que descuartizan en la orilla para vendérsela a los restaurantes de pescado que plagan la avenida y, por fin, disfrutar de su frescor amargo, tanto como lágrimas de niño desnutrido chupando la teta seca de su madre moribunda, notar como se encoge el hígado a cada trago y encender la pantalla de mi televisión para deslizarme sin esfuerzo ni preparación previa hasta mundos de ensueños cargados de tetas gigantescas siempre mejores que las de mi mujer, poyas gigantescas siempre mejores que la mía, zorras que se forran por hablar sobre lo zorras que son, maricones que nadan en billetes por contar cuantas mingas se comieron la semana pasada y chavales chuleados por ancianas-viejas-glorias del folklore explicando con detalles lo mucho que aman a esos pellejos que hace cincuenta años actuaban en películas tan casposas como hoy lo está su coño. Se que es basura, siento su mierda fresca alimentándome, el desperdicio humano hinchándome igual que un escarabajo pelotero nadando entre estierco, pero tras nueve horas picando en la cantera, sencillamente, solo me apetece atontar mis sentidos lo más posible.
Lo primero que enciendo siempre es el telediario para estar bien informado. Y ahí salen de nuevo, como cada día, esos pequeños países que tendría que arrancarme los dientes para poder pronunciar decentemente sus nombres, naciones microscópicas y desconocidas hasta que necesitamos su petróleo o el presidente de turno acaba de cagarla aquí mismo en casa precisa urgentemente de un desvío de atención… para eso están esos países pequeñitos y escondidos en algún rincón polvoriento del mapamundi, esa es su utilidad: abastecer los estómagos sin fondo de cuantos infestamos el otro lado del planeta, distraer nuestras mentes del error de nuestros alcaldes, concejales, jueces que se follaron a no se que niña en un burdel, pillaron esnifando cocaína en el vientre de una puta, desfalcaron no se qué… o algo así, ya no lo recuerdo… son países salvajes, anacrónicos, incultos, al menos eso dice el señor de la corbata frente las cámaras y si lo dice la televisión, pues joder: debe ser verdad… países pequeñitos de los que nadie tiene noticia, hasta que les vendemos a precio de saldo armamento de segunda mano que aquí sobra para que establezcan la democracia, derroquen al presidente de turno o jueguen a indios y vaqueros con alguna de sus minorías, ¿qué se yo? Alguna de esas excusas con las que vendemos lo último en masacre a los dictatorzuelos de esos territorios porque son nuestros aliados, para un par de décadas más tardes reventarles el culo a bombazo limpio, porque son nuestros enemigos, feroces soldados desnutridos atacándonos con nuestras propias armas… a veces pienso que vivo en 1984. El asunto es que las guerras siempre suceden muy, muy lejos de los lugares donde se crean y además van constantemente los mismos, esos chavales desesperados, porque su novia de 19 años tiene el bombo a punto de estallar, así que decidieron apuntarse a este juego del ejército profesional español: empleo fijo, plan de pensiones… en nuestro país para entrar al servicio de la patria basta con tener menos de 35 años y el graduado escolar, es decir que cualquier pobre diablo apretado hasta el cuello con dos hijos de dos madres distintas en el mundo que ahora mismo esté limpiando mierda en el retrete de cualquier McDonalds y que haya aprendido a multiplicar, a sumar y la diferencia entre sujeto y predicado a los 34 años de edad, el gobierno de esta gran nación del hemisferio norte lo considera totalmente apto para colocarle una pistola en la cintura, una metralleta en el hombro y ¡hala! vete a reventarle el cráneo a algún negrito con la misma edad que tus dos críos “en defensa de la democracia”… Los soldados, esos sicarios del estado… el estado, esa pequeña hiena aprovechándose de la carroña, la muerte, la desesperación, porque afrontémoslo: cuando eres joven, tienes un hijo en camino, apenas tienes estudios y mucho menos dinero, la perspectiva de un sueldo fijo por vestir de camuflaje y pasarte los días enteros en el cuartel jugando cartas y contando chistes verdes es muy seductora –ya lo dije antes-, todo es genial, hasta que te colocan en un avión rumbo a oriente medio y búscate la vida… de todas formas no soy contrario a la guerra por cuestiones moralistas de no matar ni ser asesinado por ideales corruptos, codicia desmesurada y bla, bla, bla… como a cualquiera con un poco de sentido común lo que me jodería es que me saquen de mi casa, me obliguen a tirar la lata a la mitad, me fuercen a ponerme pantalones y todo por defender intereses que ni siquiera comprendo, pero que aparentemente son más importante que morderle el culo a mi mujer o tumbarme a echar la siesta… ¿de veras existe algo con más peso?
Demasiada tragedia por hoy. Abro mi segunda cerveza, le toco una teta a mi mujer quien me sacude la mano porque alega estar cansada, así que cambio de canal hacia algo más ameno. Doy con uno de esos programas de talentos, en concreto de niños con no más de once años el mayor que sueñan con dar conciertos en estadios llenos hasta la grada curva: ahora mismo hay una cría rubia cantándole una copla al músico fracasado de turno que destrozará para siempre los sueños de esa niñita diciéndole que no da la talla, además de lo guapa que es… ¿en serio hemos caído tan bajo que convertimos a los niños en chimpancés amaestrado para que llenen el bolsillo de sus padres y, para colmo, un jurado cargado de artistas mediocres que no triunfaron en su momento se permiten el lujo de valorar su esfuerzo, su ilusión, su calidad y echársela por tierra? Y lo peor del asunto es que son estos mismos programas de música, quienes toman un grupo que toca como el culo, les hacen una ingente campaña de marketing, los ponen guapos a base de cortes de pelo, dieta y maquillajes y los lanzan al mundo para hacerle el chochito agua a madres cachondas y a sus hijas adolescentes mórbidas… esas bandas suelen caer tan rápido como ascienden, pura ley de la física a=m/f, es decir que cuanto mayor es la velocidad con que les hacen ascender, tanto mayor será la gran hostia en la caída… sus managers se olvidaron de explicarles como es el verdadero triunfo, ese en el que te pasas años aprendiendo solfeo, horas al día practicando con tu instrumento, patearte las calles buscando locales donde poder tocar para con suerte treinta borrachos más pendientes de sus copas que de tu arte por no más caché que el justo para cubrir el trasporte y la cena, una década, década y media mejor dicho, tal vez dos siendo la puta de los recados en algún trabajo de mierda, hasta que un día te rindes y cambias tu sueño por un trabajo estable que te pudre el alma como el hedor de las cucarachas a la fruta o bien alcanzas el triunfo cubierto de cicatrices, fracaso, derrotas y mucha, mucha satisfacción… pero estas bandas de hoy en día con su pelo perfecto, sus letras lights y previsibles sobre amoríos, sus puestas en escenas insulsas… se supone que son excelentes para los niños por su estética, por sus valores… No se, pero yo prefiero que mis hijos oigan a gente como Steve Vaught o Janis Joplin… sí, murieron sobre su jodido vómito con las venas verdes por el jaco, pero al menos fueron siempre ellos mismos… prefiero que mis hijos tengan de ejemplo a un par de drogadictos de quienes aprenderá a no ser putas y sí auténticos.
Cambio de nuevo el canal –ando con la tercera lata- y están echando anuncios. Hay una mujer, de unos treinta años sobre la cama, sonriente… parece que anuncia una crema para los picores vaginales a los que ella llama “problemillas ahí abajo”. Malditos publicistas, ¿porqué insultan mi inteligencia? “Problemillas ahí abajo”… sepan algo: no son sutiles, no son elegantes, no puedes ser elegante cuando anuncias una crema que te untas en el coño, ¿porqué no ser realistas y decir simplemente “ponte esta crema en el chocho y dejarás de rascártelo”?
No son misiones de paz, es asesinato, no son jóvenes promesas, son monos de feria, no son problemillas ahí abajo, son picores en el coño… todo un sistema de cámaras, ignorantes en el plató, ignorantes sentados acomodadamente en el sillón de sus casas sin mayor ilusión en la vida que la del cerdo que ser revuelca entre sus heces gruñendo de placer y rezando porque el amo le eche en el cubo una nueva ración de desperdicios… así somos en este país: cerdos rebozados en nuestra propia mierda, engullendo dócilmente la mierda de los dueños de este país… echo de menos la carta de ajusta: cuando asomaba por la pantalla sabías que el circo había terminado.
Néstor José Jaime Santana

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