Infanticidio.

Sus ojos son panteras agazapadas entre los dientes de un dragón sarnoso cargando mil pústulas de odio reventándose entre las encías. Es descarado, sucio, desafiante: al pasar la infancia olvidas porqué gustabas tanto a los adultos, demasiada responsabilidades, mucha mierda que limpiar, un contrato de por vida irremediablemente vinculante. En la mayoría de casos suele ser una realidad alegre, pero para los tipos como yo a quienes les viene sin mucha más ganas que las de tomarse una cerveza caliente a las 15:00 de la tarde en domingo, no es más que el parásito que llevaba tal o cual en su útero, un tumor invadiendo cada centímetro cuadrado del espacio donde antes cabía tu pene a duras penas.
Ni siquiera recordaba sus ojos, idénticos a los míos, mucho menos su mirada furtiva, pero tan penetrante e incipiente que es repulsivamente erótica… apenas puedo despegar mis propias pupilas de su trayectoria, lo sabe y se aprovecha para crearme culpa, la base de toda buena relación forzada. Yo no elegí ser tu padre, pequeño, sino el gobierno quien considera que debo hacerme cargo de ti… yo únicamente le metí mi ciruelo a mamá, pequeño y ahora me obligan a cargarte sobre mi chepa como si fuese un canguro con la bolsa ocupando el lugar donde habrían de estar mis cojones, los que perdí hace demasiado permitiendo a la vida emparedarme entre un cemento fraguado a base de adoración supina hacia la inmutabilidad, la mediocritud como máxima aspiración y la apatía acérrima impregnando cada poro de mi infraestructura… soy un perdedor, elijo ser un perdedor: para triunfar hay que moverse demasiado… tu madre se lio con un perdedor, la mayor cagada de su vida y por un error que cometió esa zorra hace cuatro años y nueve meses –lo se: ya estoy echando de nuevo balones hacia la línea de córner en lugar de regatear al delantero para sacar la bola de la zona de peligro-, su colofón como fracasada, ahora debo cargar contigo, con un crío que me mira impasible, detectando igual que un animal en batida de caza el terror que supuro hasta desde debajo de la lengua, miedo puro entremezclado con la baba viscosa. ¿Es que no hay un par de maricones que quieran cuidar de ti?¿Alguna cuarentona soltera?¿Una jovencita estéril? Cientos de padres potenciales chillando entre rechinar de dientes a lo largo y ancho de este país –tal vez ni siquiera habría que salirse de la ciudad-,pero el gobierno considera que para ser un buen padre es suficiente con compartir el gataca, mantener cierta consanguineidad y haberme corrido sin capucha en el interior de tu madre… seré un mal padre de la misma manera y por la misma razón que soy un fracaso como ser humano… estoy convencido de que los mejores padres no son los que tienen la misma mancha bajo el sobaco que sus hijos, los que coinciden en más de un 90% de los genes ni tampoco quienes legan heterocromía a sus vástagos… si la señora esa de los asuntos sociales de veras buscara tu bienestar, no me encasquetaría el mochuelo y encargaría de tu cuidado, amor, educación a personas dispuestas a trocar noches de borrachera por noches cambiando pañales, enfermar de un broscoespasmos por cuidarte durante las fiebres altas y las toses cargadas de mocos en su cara, comerse siempre la ración más pequeña con tal de que llenes por completo el buche… pero lo que es yo, tu padre biológico, de saber que no iría a la cárcel, te cambiaría por una buena mamada a dos bocas, en los peores momentos hasta por una paja de bajo nivel.
-¿Me das colacao?
-No tengo.
-¿Leche?
-No tengo.
-¿Zumo?
-No tengo.
-¿Qué tienes?
-Cerveza.
-No bebo.
-Agua.
-No quiero.
Joder, maldito crío. Y llevo a solas con él cuatro horas, un niño a quien conocí ayer mismo tras enterarme como mucho dos días atrás de que a su madre, aquella con quien eché un mal polvo, la encontraron colgando por el cuello desde lo alto de un viga fuera de su sitio en el piso de no se quien: aseguran que parecía un pollo demasiado grande colgado grotescamente desde su propio intestino hediente.
Ella se mata y soy yo quien carga con la responsabilidad… putos suicidas cobardes… aunque bien pensado, ¡bravo! ojalá diera yo también el paso para ser tan egoístamente miserable… me quedan apenas un par de centímetros por andar.
Néstor José Jaime Santana

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