Los dados de Dios.

Surge un tablero en mitad de la nada, uno chiquitín, mil veces menor que un electrón y por la presión interna de sus fichas, personajes, dados, cartas y de más parafernalia de los juegos de mesa, todo hipercomprimido a niveles diminutos, acaba reventando. Varios miles de eones más adelante surges embuído en ese caos del tablero, un desorden sistematizado con no más oportunidades que las de continuar adelante, tratando de vencer, esa incipiente necesidad de alcanzar una meta desde la cual solo puedes partir infinitas veces tras conquistarla antes de morir en el juego, un perecimiento que llega por tres vías: óxido, asesinato, atropello. Corres igual que una rata blanca ardiéndole la vista en un color rojo-ira contrastando dulcemente con el pelaje. Follas con unas cuantas ratitas más, te enamoras de la que más te gusta y que encima te hace un poco más de caso que las otras, te la follas otra vez, nacen nuevas ratitas que a su vez se multiplican: participan en el juego consistente en una serie de obstáculos con un número limitado de opciones para sobrepasarlos, también preguntas, muchas, creciendo exponencialmente, pues la anterior abarca lo justo para generar nuevas cuestiones a ser resueltas, constantes desafíos, hermosos, la verdadera belleza, la que te hará despellejarte los cachetes de desesperación con uñas negras por la mierda de la inefabilidad intelectual: te dolerá la cabeza, tomarás mil whiskeys con aspirinas, una paja antes de dormir, con suerte un polvo cada tres o cuatro días, porque esa es la hermosura suprema, la de lo incompleto, lo inconcebible, el contenido aplastando las dimensiones del continente, un filete gigante que o lo partes en millones de trozos consciente de que son demasiados para comerlos ni en cien vidas o lo dejas de una pieza enfriándose para el resto de la eternidad sobre el plato... mil, millón, una, todas las preguntas quedarán sin respuesta antes de que te sorprenda el “Game Over”, pues la última resolución siempre la supera, cada siglo da lugar a un nuevo genio y por suerte los necios acaban devorándose unos a otros... si en este mundo son los necios quienes mandan, es porque los genios son demasiado holgazanes, con los cojones demasiado como para dar la cara y reclamar su corona en este planeta... Un tablero de juego con múltiples cuestiones, dificultades y reglas, a cual más difícil, a cual más bella, solo un enigma irresoluble de principio a fin: ¿porqué se hizo? No “quien”, eso ya está muy manido: sí creo en Dios, por un razonamiento muy básico quizás: este juego tiene millones de reglas que no creamos ninguno de nosotros ni podemos variar: somos capaces de usarlas, interpretarlas, incluso de comprenderlas en mayor o menor medida, pero reglas construidas por terceros debieron ser forjadas por una o unas mente/s superiores... aunque también estoy convencido de algo que aterra: Dios es el mayor bromista, voyeur y espectador de toda la existencia, un crío más grande que el resto de su pandilla sin mayores pretensiones que las de pasar el rato jugando en la eternidad hasta que de repente surgimos nosotros, las fichas verdes, rojas, amarillas, azules y lo mandamos absolutamente todo al carajo: este tablero era mucho más divertido hasta que llegamos para buscarle cinco pies al gato, a escribir biblias, coranes y torahes cargadas de suposiciones, cuentos preciosos y personajes llenos de ficción que adultos hechos y derechos toman como verdades irrefutables y ¡ala!a cortar cabezas, quemar vivos a la gente, tirar bombas y no se cuantos desmanes en nombre de un Dios de mil nombres que no es más que un niño aburrido en búsqueda de amiguitos.
No soy ni demasiado listo, ni demasiado culto, ni demasiado ambicioso: lo que más anhelo durante la semana es llegar vivo al sábado para ver el fútbol con los críos, echar un polvo con la parienta, tomar café antes del almuerzo, siesta tras él y alguna película mediocre para rematar un día libre mediocre con la increíblemente reconfortante sensación de pasar la noche agarrado de su teta oliéndole incluso desde su espalda el aliento que echa apestando a leche cortada bajo el sol... Pero aun así, reconozco una incongruencia cuando la veo: en las cartas de san Pablo se critica mucho a los homosexuales y por eso todas las ramas del cristianismo pecaminizan a los maricones... el Levítico 11:10 alega que “todos los que no tienen aletas ni escamas en el mar y en los ríos, así de todo lo que se mueve como de toda cosa viviente que está en las aguas, los tendrán en abominación.“ o en resumen que entre otras cosas prohíben comer mariscos, pero no hago sino ver festines a bes de ostras, langostinos, mejillones y un largo etcétera para festejar el cumpleaños de su jefe el carpintero... ¿Porqué se basan en La Biblia para prohibir comer poyas a quienes tienen una, pero no para prohibir comer gambas? Me encanta comer gambas, así que imagino que ser marica y comerte una buena polla, deba ser como comerte una megagamba... no concibo un Dios tan malvado que quiera privar a algunos de sus hijos de tremendo placer.
Después de todo, el problema que se plantea con esto de las religiones, los dioses y, especialmente, los creyentes no es más que la duda, su ausencia: en el justo instante en que un ser humano comienza a no cuestionar al menos en un mínimo decente sus propias creencias, se convierte en un gilipollas que cree tener la verdad absoluta... otra muestra más de la soberbia humana: la verdad no es sino un juego de póker con casi infinitas jugadas de las que ninguno de nosotros se las sabe todas, cada mil millones de personas apenas comparten media carta y el único que se guarda un as bajo la manga es es Niño travieso.
En fin... hoy es sábado. Queda una cerveza enfriándose en el congelador -acabo de ponerla-.Mi mujer duerme con la teta llena de su propia baba. ¿Acaso podría ser más feliz?
Néstor José Jaime Santana

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