Trifulca.

Una paloma destrozándose el cráneo contra un cristal limpísimo, moscas sin alas ardiendo bajo lupa traviesa de un crío psicópata, mil babosas microscópicas derritiéndose en sal fina subatómica, el parto de un baifo sin cabeza, la desesperación del estómago hambriento gimiendo desangrado, dos yonquis haciendo el amor en un cajero, el pene del cliente intruso en su boca derritiéndose sobre la lengua del chapero, la perra devorando a sus cachorros mientras pare al último de la camada… imposible apartar la vista.
A lo largo y ancho de la segunda mitad del siglo XIX, hasta los años ’30 más o menos y más adelante con el cine gore, fotos trucadas, museos de engendros, cuando Nerón comía con cubiertos de oro mientras observaba como se mutilaban a un par de esclavos durante el almuerzo, desde la prehistoria donde el ser humano era más tímido y escondía su naturaliza corrompiéndose –por eso no inventó la fotografía durante esa época: nada se crea hasta que apetece o se vuelve vicio-,en cualquier época desde que el hombre apeló una vez más a su soberbia, se deshizo del animal en su pecho para dar a luz a la bestia, el problema de anteponer la razón al sentimiento, a la pasión, al instinto: erguimos la columna, cambiamos un par de patas por manos, impusimos la inteligencia, olvidamos el sentido de la manada, de la simpleza, de la gaia y el resultado es un monstruo desalmado, caníbal, acomplejado por la inmensidad del mundo a quien trata de destruir –el hombre emborrachado de su miseria masacra todo aquello que funciona como un espejo: su prójimo, su Dios, su hogar-, la psicosis del hijo dependiente que acuchilla a su madre tratando de convertirse en hombre y al ser no más que una extensión de su vientre no hace más que automutilarse. El ser humano, en búsqueda de escapar de su mediocridad, observa cualquier pedazo de podredumbre ajena en la que revolcarse cínico, así que no es extraño que llevemos casi desde el nacimiento de nuestra especie abonando palada a palaba de mierda la necesidad, el odio, la codicia… no debería sorprendernos que hubieran circos de los horrores en el XIX, guerra en directo durante los años ’90, ejecuciones públicas a tiempo real vía internet… los romanos al menos eran honestos y aceptaron sin reservas la realidad de los gladiadores.
Salgo a la ventana para fumar un cigarrillo. Me sorprende que los sesos aun no salpiquen la acera por todas partes. Parece un combate de boxeo de los de hace 30 años, con un blanco y un negro enormes pegándose una paliza. No defiendo a nadie, ni tampoco los animo, ¿para qué? No son más que un reflejo de lo que encontraría dándole al play del televisor y, además, si defendiera al negro dirían que peco de paternalismo y si ayudara al otro que soy un racista… existe demasiada paranoia a día de hoy con las formas, con lo políticamente correcto, cuando en realidad los tipos menos prejuiciosos son quienes se cagan en todo el mundo por igual sin importarles su piel, quien se follan, sus genitales y el resto de accidentes a su nacimiento… al fin y al cabo todos cagamos del mismo color, así que en lo que a mi respecta todos somos semejantes no por nuestra alma, nuestra dignidad o esas gilipolleces, sino por nuestra idéntica capacidad para ser estúpidos, atroces y holgazanes... la religión, la guerra y la delincuencia existen en todas partes del globo con independencia a la cultura.
No se ni porqué se están pegando: han formado un buen atasco en la calle, las ancianas se santiguan mientras ven el esperpento, las madres tapan los ojos de sus hijos sin apartar la mirada, los críos les bajan las manos para contemplar el espectáculo, unos pocos tipos gritan desde el bar, los conductores tocan la pitan… seguro que si tiro un par de panes todos se matarán contra el asfalto para recogerlos.
Néstor José Jaime Santana

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