Relato nº 27 - ¿Muslo o pechuga?

Creí tener una gallina, pero la verdad es que fui demasiado torpe: no caí en la cuenta de que en realidad hacía kikirikí cada mañana… es un gallo listo que para no terminar en la olla aprendió a cagar rocas ovaladas por huevos con color carne-recién-nacido, al menos los recién nacidos de Suecia. Traté de exprimir ese gallo pensando que albergaba un par de ovarios dentro de aquellas plumas y el muy hijoputa se dejaba lavar, acariciar, limpiar el corral, alimentar como si se tratara de un toro haciéndose pasar por vaca para que le hiciesen una buena paja todas las mañanas de recién levantado… sí, cierto: este gallo no resultaba ser más que un marica de vicio no de nacimiento, pero cual es peor ¿el sicario o quien le paga? ¿el tonto de las estampitas o el que intenta estafar a un subnormal? ¿el gallo travestido o quien abandona absolutamente todo en la carrera por obligarle a poner huevos sin fin? fuere como fuere cada grano de millo, de pienso, de tiempo que tuviera por casa los empleé a ese cabrón perfilado escondiéndose la poya entre los muslos… creí tener una gallina, pero la verdad es que fui demasiado torpe… demasiado engreído, obtuso, lo suficiente como para no sentarme un par de minutos a examinar bien al animal que tenía entre mis manos y darme cuenta de que jamás podría dinamitar a la fábrica de los huevos de oro, básicamente porque nunca poseí nada parecido… he descubierto el engallo y ni siquiera puedo deshacerme del bicho: nadie quiere a un gallo incapaz a estas alturas de cacarear y menos aún de montar a verdaderas gallinas con las que rellenar cartones y cartones sin parar… me la metió bien doblada y, para colmo, le he cogido cariño, tanto que me niego a partirle el cuello haciéndole girar entre mis puños: continúo dándole de comer, cada vez con más esmero de nuevo engañándome con la falsa esperanza de que cuanto mejor tiempo le dedique tanto más recuperaré la inversión perdida… incluso le he puesto un vigilante por las noches para que nadie me lo robe, lo destroce o intente cocinarlo a la cazuela… la última realidad será que mi obsesión con este ave logrará hacerme perder aquello por lo que lo adopté creyéndole hembra: mi familia, mi orgullo, mi futuro… los perdedores nos ensimismamos en una paradoja cruel, la mofa sádica de Dios… los perdedores somos seres de orgullo ignorante, exacerbado, locos tratando de atravesar el mismo charco en cien intentos de las mismas cien formas esperando hasta en cien ocasiones no mojarnos esta vez… los perdedores somos enfermos, yonquis, adictos de la pereza y la comodidad intentado construir torres de marfil sobre escombros de cristal…

Es la cuarta cafetera que me preparo y ni siquiera son las 11:00 de la mañana: da para dos tazas –la compramos así adrede para mi mujer y yo: a los niños la leche se la poníamos con gofio… ahora con agua para engañarles a los ojos, aunque sus estómagos y lenguas siempre se dan cuenta-,no me apetece café, no lo necesito, para qué tanta energía sin nada en que invertirla: al gallo lo estará vigilando alguno de esos dos gordos a quienes contraté… es por puro aburrimiento: me acerco a la cocina, desenrosco, lleno de agua, cuelo el café, lo sirvo, lo tomo… me echo una cagada, fumo un cigarrillo de picar mientras tanto, otra cagada, quizás otra taza fría… una nueva cagada… me tumbo en la cama a revolcarme entre sábanas apestando a sudor viejo y autocompasión… que extraño sabe ese sentimiento: regocijarse en la autocompadecencia es igual que dedicarse en cuerpo y alma a masturbarse pensando que por germinación espontánea tu mano terminará convirtiéndose en coño de tanto usarla… pero así somos los fracasados, cobardes dedicados a disparar balas de culpa en las nucas de quienes más cerca tenemos con el único fin de absolvernos del todo hasta llegado ese punto en el que por fin te enteras de que nadie, nunca, jamás logrará escaparse de su recuerdo, de su mente, de su atormentada culpabilidad y es justo en ese instante donde ya todo es siempre demasiado tarde, porque a los errores puedes detenerlos, pero en la vida los desvanecerás, todo se ha ido a tomar por culo y solo te queda plantearte dar un salto desde la solana confiando en no coger ningún coche que amortigüe la estampina o bien continuar adelante impregnándote del infierno de vivir en un error a sabiendas: imagina estar al fondo de una piscina mientras ves como van lozando con planchas de plomo su superficie… escogí lo segundo no por valor o determinación inquebrantable, sino por el verdadero terror que me provoca el saber que mis hijos, mi mujer, incluso el cartero me recordarían como un auténtico fraude: ya me consideran un perdedor –no lo dicen, pero me miran con esos ojillos de perro pequeño a quien le gastas esa cruel broma de enseñarle la correa, abrir la puerta, ver como se mea de gusto e inmediatamente cierras, guardas la soga junto con las llaves y te descojonas como un payaso psicokiller mirándole desconsolarse con la mirada perdida en lo oculto tras la cerradura… ese perro es mi familia-.Estoy atrapado: no quiero reventarme los sesos, no se de donde sacar un nuevo céntimo, tampoco puedo refugiarme en los críos ni en la parienta porque llevan los dos últimos meses viviendo con mi madre, su nevera llena, su lengua de veneno… y para colmo las malditas tazas de café solamente consiguen acelerarme el pensamiento de manera vacía: mi cerebro no es más que un director de orquesta colapsado tratando de llevar el ritmo de violinistas sin cuello, flautistas sin boca, sopranos sin pulmones… ni una puta idea decente desde que la cagué comprando al gallogallina, hasta la última peseta de la cuenta, del colchón, incluso de la cartilla de los críos la fundí como azúcar caramelizándose en montar la empresa de construcción: personal, hormigonera, paletas, sacos de cemento, hasta una pequeña oficinita en el borde de la ciudad… al principio todo fue bien: siempre hay algún amigo que necesita arreglar las goteras, un antiguo jefe a quien todavía le va mejor que a ti y decide instalar una piscina en el porche o tu vecino el de la ferretería te contrata para hacer una ampliación del local… pero poco a poco los amigos se van agotando, el boca a boca se queda mudo poco a poco y para cuando te das cuenta de que haber cargado bloques los últimos cinco años de tu vida no significa que seas arquitecto o albañil –es extraño como nadie iría a un duelo de esgrima si tan solo lleva dos clases ensayando con la espada, pero en cambio todo muerto de hambre que amasa un mínimo de dinero o se gana la lotería ya piensa en ser un lobo de los negocios, se cambia el peto por la corbata y se lanza a la carrera del dólar a menudo sin consultas ni ayudas, más allá de la que piden a sus banqueros: pedir consejo a un circo de pulgas sobre qué es lo mejor para la sangre de tu perro…-,abres tu propio negocio del que no tienes ni puñetera idea acerca de gestionarlo, dirigirlo o simplemente darlo a conocer y con el paso de los meses –antes de un año ya he caído en la ruin ruina: no solo ha quebrado la constructora, sino que todas mis otras cuentas están rojas como un útero menstruando, bajo el colchón solo encuentro ácaros enseñándome el dedo corazón mientras se descojonan mirándome a los ojos-,antes ni de tirar a la basura el primer saco de “Panda” vacío, ya debía unos cuantos miles a proveedores, empleados, subcontratas… mi mujer aguanta los primeros golpes, un par de k.os., hasta que finalmente alcanzan al hígado de la familia, esos pequeños glotones desalmados cuya inocencia les impide ver el problema más allá de que el pan ya no cruje como antes en la mesa… se marchan ellos, se marchan tus empleados –también tienen familias-,se marchan tus últimos atisbos de orgullo… solo te quedan un montón de deudas y la ilusión infantil astillándose contra el suelo del propio mundo real: el planeta gira y gira sin importarle que unos cuantos se mareen.

Compré una gallina soñando con recoger huevos, vender tortillas, comprar cántaros de leche, alguna vaca y porqué no, también algún puro caro y puede que coche nuevo… fui demasiado torpe como para no darme cuenta de que en realidad hacía kikirikí cada mañana y ahora ya nadie me quiere ni para volver a cargar bloques de hormigón… eso de caerse desde la solana cada vez tiene mejor pinta…

Del incestuoso coito de la impaciencia con la soberbia siempre nace el fracaso… soy un hombre vencido, engañado, embaucado por un gallo transexual al que para colmo debo continuar mimando: si cierro de manera oficial la empresa debo devolver inmediatamente el crédito.
¡¡¡KIKIRIKÍ!!!


- Néstor José Jaime Santana

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