Relato nº 26 - Gordo

No es por la muerte, ni por el sida, ni por las células podridas… tampoco los vapores del arsénico, el rojo sangre-coagulada del yodo, las jeringuillas usadas puestas sobre una bandeja de cartón como si fuesen pequeños huesos de millones de muslitos de pollo impregnados en enfermedad… ni siquiera la desesperanza, el llanto, la frustración, el vómito que sustituye al oxígeno obligándonos a convertirnos en una nueva especie capaz de vivir a partir del desperdicio, si es que ya no lo somos –el hombre no desciende del mono, sino que involuciona desde el cerdo para vivir hendido en su propia porquería-… no es nada de eso… simplemente se debe a la espera, horas de espera sin mayor entretenimiento que el de ir a por un enésimo café en vaso de plástico que cobran a precio de santo grial o mear tres gotas tristes en un váter limpiado cada media hora tratando de rascar cada mancha de sangre, sudor, bilis seca… la espera vuelve loco a cualquiera y más cuando los resultados no son inmediatos, peor cuando sabes de antemano que el desenlace es la inevitable naturaleza de cualquier vida que el resto de animales se limita a aceptar –por eso los antílopes juegan con guepardos hasta que llega la hora de comer- mientras que las personas nos empeñamos en estirar mediante agónicos tratamientos, oraciones, cultos, despedidas, un elástico que desenrollamos desde su tamaño original confiando en que nunca se parte devolviéndote toda la poderosa fuerza que tú mismo le has impregnado hasta que pasado un tiempo te termina golpeando en el ojo izquierdo como a cualquier otra alimaña de este planeta… “¿conoces ese tipo de cáncer del que al final te curas?”, pues ese no es el que tiene mi amigo… terminal… y aun así, sigue sometido a constantes sesiones de quimioterapia que tan solo pueden alargarle seis meses más su paseo por estos lares: una hipoteca a seis meses que paga a seis horas diarias conectadas a un catéter desprendiéndole convulsiones, esputos, náuseas, agotamiento, dolor, espasmos… y eso sí: seis meses más… cada médico es como una puta que se cree digna por no dejarse besar en la boca cuando chupa poyas igual que cualquiera de las otras… cada médico no es más que un engreído acomplejado por su falta de divinidad aspirando a ser todopoderoso, meándose en el juramento hipocrático basado en aliviar el dolor de los pacientes, ni curas, ni hostias, simplemente aliviar el dolor… cada médico estaría haciendo su trabajo si en lugar de enchufar a mi amigo moribundo a tubos, medicamentos y falsas esperanzas le hubiesen dicho que aproveche lo poco que le queda para retirar su plan de pensiones, llenar un par de arcones hasta arriba de cerveza y whiskey, algunos pasteles, un par de putas –a mi amigo en realidad no le van las tetas, sino los pectorales, pero mejor: cualquier poya, heterosexualizada o amariconada en este mundo dice sí a quien sea, donde sea con unas cuantas copas y un poco de marcha encima… los hombres, varones, somos como una dinamo: cuantos más nos meneas, más energía necesitamos aliviar, sin importarnos demasiado si va a parar a las ruedas de una bicicleta o a una red de bombillos-,dejarse de lastimeras sesiones en ese sofá que hiede a un-millón-y-medio de culos cagados de terror ante la muerte, dedicarse a hacer fiestas de despedidas y no sé, comerse un pingüino si tuviera la oportunidad, cualquier cosa menos esperar un jodido milagro sometido al son de rentabilidades, fondos e inversiones de las farmacéuticas y sus vampiros-come-culos-bata-blancas… no te confundas: los médicos conducen BMWs no gracias a las vidas que salvan, sino a los contratos que firman con representantes farmacéuticos… imagina que conducirán quienes fabrican esas pastillitas.

Para colmo mi amigo padece de obesidad mórbida… “padece”… jamás sabré el límite de esa situación: la genética ayuda, pero pesar más de 200 quilos, amigo mío, no es solo cosa de los adns… te has inflado a bollos que yo te he visto… en cualquier caso hace más dura su estancia en el hospital, enclaustrado seis horas diarias en esa silla apestando a sudor fresco incesante chorreándole entre lorza y lorza como si pusieras mil chorizos para untar colgados en una liña sobre hierro incandescente… su sudor huele a chorizo derretido, es tan denso como el chorizo derretido y seguramente sepa a chorizo derretido, joder… encima me da hambre verle sudar, maldito asco… Obeso, con cáncer, a punto de morir, sus últimos meses regodeándose en el lodo del autoengaño… apenas puede respirar, seis horas en la silla, catorce en la cama, sin más visitas que la mía, sin más placeres que una ducha cada 48 o 50 horas… es deprimente… y más cuando tu enfermero es un gilipollas de ese calibre, Dios mío: simplemente, es muy gilipollas…

El “Doble-doble”, me llaman o me llamaban: ni se si continuarán refiriéndoseme a mi de ese modo ni es algo que mi importe, esa época ya murió y ni siquiera veo, hablo u oigo –soy como un mono tres-en-uno- acerca del fútbol… “Doble-doble”… un término de la canasta para apodar a uno del balompié… me llaman de ese modo por haber metido el gol que nos subió a primera categoría en la liguilla de ascenso de hace unas cuantas décadas… sin precedentes, sin poder imaginárselo ni el más chovinista de los fanáticos de ese equipo, catorce años más tarde, uno antes de mi retiro, marcó el gol que nos daría la victoria en la final de la Champions League… el “Doble-doble”: dos finales, dos goles decisivos… han pasado algo así como 35 años desde aquello… mi amigo es muy gordo… mi amigo tiene cáncer… mi amigo se muere ahorcado por el cordón umbilical e inseparable de su agónica miseria… por uno u otro motivo, el enfermero gilipollas me reconoce…

-Usted es el “Doble-doble”, ¿no es verdad?

Me lo dice con una gran sonrisa, con esa sonrisa típica de los gilipollas engreídos que al creerse alguien a cuya sombra en la práctica ni se acercan, piensan que una vieja gloria debe sentirse feliz porque la reconozcan, uno de estos payasos soberbios tan gilipollas que ni siquiera aprecian lo patéticos que son y, para colmo, entran en un bucle en el cual son cada vez más patéticos, cada vez más insoportables, cada vez más gilipollas…

Mi amigo es muy gordo… mi amigo tiene cáncer… mi amigo se muere ahorcado por el cordón umbilical e inseparable de su agónica miseria…

-Cállate, gilipollas –contesto al enfermero.

- Néstor José Jaime Santana.

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