A un paso (Sección "Lluvia de piedras")



El esclavo miraba la cuerda que le ataba a aquel seto y abría cada vez más los ojos, pero no articulaba sonrisa. La cuerda no estaba apretada a sus muñecas, sino que tenía que cuidar de que no se cayera; rodeaba el seto sin estar anudada. Mientras, todo el mundo descansaba ajeno a su inquietud. A un paso, de espaldas, otro esclavo dormía a pierna suelta a pesar de estar bien amarrado a una firme columna.

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