El luchador anónimo (Sección: "Lluvia de piedras")

Detalle de escultura en bronce de Carmen León dedicada al mencey Bentor

Vio cómo otros, un poco mayores, siempre estaban cazando con los más viejos, vestidos como guerreros y trabajando continuamente la mejora de armas. Mientras tanto, él, acompañaba a su madre y aprendía a hacer comida, a utilizar hierbas e incluso a tejer con mimbre de palmera y otros vegetales de conocida resiliencia, además de atrapar constantemente ideas y pensamientos femeninos muy críticos con las acciones embrutecidas del sexo opuesto.

Todo cambió cuando tembló la tierra por la llegada de los invasores extranjeros. Obligado, se convirtió en el hombre de piedra que esperaban. «Las piedras no lloran», le repetían, pero él notaba como se desangraba por dentro y, en realidad, su alma se secó antes de entrar en batalla, para ser piedra viva cuando alcanzó la muerte anunciada.

Sin embargo, hoy, los guerreros enfrentan otra batalla: se curten entrenando para verbalizar sus sentimientos, no dominar sus lágrimas y conseguir mostrar los defectos individuales con total libertad. Ahora, se empatiza con absoluta normalidad y aún se habla de aquella desgraciada persona sin nombre que perdió el alma antes de alcanzar la emancipación; y vigila en silencio, mostrándose alzado en piedra, como ejemplo para que hombres y mujeres luchen por humanizarse hasta el final.