Lance Tabú. Cuarto Lavadero


Cada tarde a eso de la sobremesa, cuando todo el mundo duerme una siesta o está reposando el almuerzo frente al televisor, subía al cuarto lavadero. El vecino del tercero  trabajaba hasta tarde, pero un día una tendinitis en el brazo izquierdo le hizo tener que tomar una baja forzosa. Como podía con su brazo en cabestrillo, timoneaba su aseo personal y las labores de casa. Ese día después del almuerzo decidió acostarse en el sofá a ver algo de noticias u otra cosa que dieran. Sobre de las tres de la tarde se empezó a oír un ruido martilleante de forma constante. Sobre su piso estaba la azotea y los cuartos lavaderos. Pensó que alguna lavadora que estaba centrifugando hacía muchísimo ruido. Cuando acabó el ruido siguió viendo la televisión normalmente. No se oyó nada más, ni en la tarde, ni en la noche.
Al día siguiente a la misma hora, el mismo ruido. Se levantó del sofá y decidió ir a la azotea a investigar. Fue mirando cuarto por cuarto. El ruido se iba haciendo más nítido. Supo de donde venía. Oyó gemidos y quejidos. No daba crédito. Estuvo de pié al lado de la puerta un rato. Pudo imaginar una imagen tórrida entre dos seres. Una mujer y un hombre seguro, por los sonidos. ¡Menudos máquinas!, pensó. Cada embiste duraba bastante tiempo. Quiso saber más. Cada sobremesa pasaba de la televisión y subía a la hora indicada al lavadero.  Imaginaba a una joven pareja extranjera que le importara nada que los oyeran o los conocieran. Debían tener los horarios del resto de habitantes de la comunidad muy estudiados.
Una tarde hacía mucho calor y la tórrida pareja dejó la puerta del trastero abierta un pequeño filo. Entonces pudo ver a Camila, una señora respetable que rondaba los setenta, siendo embestida por un chaval veinteañero. La señora Camila se desnudó y se acostó sobre una camilla y el joven empezó ha hacerle un masaje sensual muy lento. Poco a poco iba embadurnado sus hombros, sus senos y pezones, su abdomen con un aceite que olía a coco.  La señora Camila se iba en quejidos repitiendo: ¡Ahí, ahí! o ¡Así, así!. El joven le daba órdenes como un soldado y ella obedecía. Ya de espaldas le ordenó que se bajara de la camilla y que se pusiera a cuatro patas. Ella obedeció. Poco a poco el joven la fue tomado por detrás hasta que lograron poner a centrifugar la lavadora. El vecino del tercero no daba crédito de la cantidad de centrifugados y el tiempo que duraba cada uno de ellos. Se volvió a su casa flipando.¡Vivir pa’ ver!- decía.
Al día siguiente se encontró con doña Camila a la entrada del portal.
-Buenos días Doña Camila, ¿cómo se encuentra?
- Mira llena de dolores, mi niño. Viviendo hasta que dios quiera, tú sabes.


Celia Sánchez

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