La huella (Sección "Lluvia de piedras")


      
Abandonó la casa de sus padres porque ya no se entendían. Desde entonces tomaba las decisiones en firme: no había marcha atrás en sus sentencias. Tuvo un par de mascotas, hasta que se dio cuenta de que cuidar de ellas lo limitaba y dijo «¡se acabó!».
Dejó en un segundo y tercer plano a sus amigos: cada cual hacía su vida y se alejaba de los demás. Sus antiguas amistades hicieron amistades nuevas, pero él mantuvo cierta distancia en cualquier tipo de acercamiento. Tras tantos intentos de conseguir una pareja estable, creyó que era necesario mantener su independencia; y, poco a poco, sus relaciones íntimas se fueron espaciando cada vez más hasta desaparecer.
Lo encontraron una semana después de fallecido, por el mal olor que denunciaron los vecinos. Declararon que era un viejito raro; maleducado, que ni saludaba; arisco, ante cualquier intento de aproximación; solitario y sin familia conocida.
Fue hijo único, supieron después, y murió huérfano y vacío, sin dejar descendencia alguna. Su rastro fue como un caminar por la arena de la orilla de la playa; su vida, como un mal recuerdo que se difuminaba rápidamente y podría poner en duda su existencia. Parecía haber muerto en vida. Hasta que, unas semanas después, los propietarios de los pisos del edificio donde vivió fueron convocados ante un notario. El viejo, de repente, tuvo nombre y más cosas.
Al principio, algunos llegaron a verbalizar que se los había hecho para que tuvieran que pagar el impuesto de sucesiones, para amargarles la existencia, para sacarles el dinero que no tenían… Después, con el tiempo, veían asombrados como había cambiado el aspecto general de la comunidad la posibilidad de alquilar aquel piso para el bien común.
Hoy, en honor a su benefactor, el edificio se llama «El viejo del 1ºB» y desde el bajo se salta al segundo piso, porque el primero ya no existe. Si es que alguna vez existió.



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